Yo era muy consciente del haz de poderes y entidades que había dentro de mí; era su carácter lo que se me ocultaba. Estaba mi ardiente deseo de gustar, tan fuerte y nervioso que nunca podía abrirme amistosamente a otro. El terror de fracasar en un esfuerzo tan importante me hacía rehuir la proeba; además estaba la escala, pues la intimidad me parecía vergonzosa a menos que el otro pudiera dar la respuesta perfecta, en el mismo lenguaje, con el mismo método, por las mismas razones .