Es un libro valiente, construido, semana tras semana, por alguien que no aspira a que lo cataloguen como uno más de esos que andan tan escasos de personal como los linces. Un libro elaborado por y para él, para su mujer y su hijo, para ahuyentar los miedos, para disfrutar de los secretos que pronto dejarán de serlo, para dejar el sello imperecedero (esto de lo eterno, ya se sabe, es muy galaico) de alguien que se pasea por la vida mirando de frente. A los ojos; y al mar. Agustín Valladolid