Nacer es respirar la luz. Escribir es dejarse llevar por la mano del aire. Vivir en la rama a la espera del viento. Respirar como quien calla y musita el rezo de los pájaros. Dejar que la brisa inaugure el aliento y la voz. Respirar como quien abre un campo de girasoles, como oler las flores de un manzano viejo.
«Después, la música del aire nos llena los pulmones, y la música es aquí un mirar del alma, por ello es luz [?] El poeta, por tanto, tan sólo contempla y lo traslada, como confiesa en la cita de Rosales: el aire es mi maestro. Respirar es un observar que, careciendo de acción, es acción en sí misma; acción poética, en resumen». (Del epílogo de Isaac Páez).
De la mano del aire continúa el diálogo con la tradición literaria y los autores de referencia, intentando una síntesis de lecturas, experiencias y creación. Con variedad formal y de ritmo, el viento libre de la respiración planea por el libro como la energía esencial que nos alimenta.